Haz que pida limosna
casa por casa.
Pero cuando mendigue,
haz que no me den nada.
Y si me dan,
haz que se caiga al suelo.
Y una vez en el suelo,
y antes de que lo coja,
haz que un perro me lo arrebate,
Oh Señor
blanco como el jazmín.
Preferible a estar juntos
y hacerlo sin parar
es el placer de hacerlo
después de mucho tiempo separados.
Cuando está lejos
me muero de impaciencia
por verle.
Amigo,
¿cuándo podré tenerle
de ambas maneras:
estar con El aunque Él no esté?
Oh Señor
blanco como el jazmín.
[…]
Yo amo al Hermoso:
él no tiene muerte
deterioro o forma
no tiene lugar ni lado
final ni marcas de nacimiento.
Yo lo amo oh madre. Escucha.
Yo amo al Hermoso
sin cadena ni temor
sin clan ni patria
sin señales
para su belleza.
Mi señor, blanco como el jazmín, es mi esposo.
Tomen estos esposos que mueren y se deterioran,
y alimenten con ellos los fuegos de sus cocinas.
Estos pocos versos de la poetisa del siglo XII d.C. Mahadeviyakka Siva, enlazan con una impresionante corriente mística, muy presente en las tradiciones judía (Cantar de los Cantares), musulmana (Ibn Arabí, y el sufismo en general), y cristiana (santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, entre muchos otros), para la cual la relación entre el creyente y su dios toma la forma del deseo amoroso o erótico. Es un magnífico ejemplo de la devoción (bhakti) a Shiva que adoptará el hinduismo a partir del siglo XV, representada en muchos casos por mujeres.
dijous, 12 d’agost del 2010
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